Lo que resaltaba en su acta de descubrimiento no era la naturaleza artificial
de esos túneles, sus dinteles, techos pulidos o pasillos cortados como por un
láser, sino la presunta Biblioteca Metálica.
• ¿Qué información contenía exactamente?
• ¿Era obra de una humanidad intraterrestre?
• ¿O de una civilización ignorada de superficie que debido a un cataclismo tuvo
que refugiarse en el mundo subterráneo?
• ¿Cómo llegó Moricz a este descubrimiento?
El enigma solo estaba empezando.
A una altitud aproximada de 800 metros, en una zona montañosa irregular, en las
faldas septentrionales de la Cordillera del Cóndor, se sitúa la entrada
“principal”, o más bien, la entrada “conocida” al mundo subterráneo de la Cueva
de los Tayos.
El acceso consiste en un túnel vertical, una suerte de chimenea con unos 2
metros de diámetro de boca y 63 de profundidad. El angustioso descenso - no
apto para cardíacos - se realiza con un cabo y polea. De allí, un verdadero
laberinto se abre al explorador por kilómetros de misterio que se siguen
enterrando en las profundidades, una ruta de galerías y pasillos que deben ser
recorridos en la más absoluta oscuridad. Las linternas más potentes son nada ante
semejantes espacios en donde una catedral entera podría caber.
Como se adelanta líneas atrás, la Cueva es denominada habitualmente “de los
Tayos” debido a que su sistema de cavernas es el hábitat de unas aves nocturnas
llamadas Tayos (Steatornis Caripensis), que constituyen la misma especie que se
ha hallado en otras cavernas de Sudamérica, como por ejemplo, los “guacharos”
en Caripe, Venezuela.
El estudio inicial de esta conexión intraterrestre entre especies de aves
nocturnas lo abordó detalladamente el sabio alemán Alejandro de Humboldt, en su
obra: “Viaje a las Regiones Equinocciales del Nuevo Continente” (1800). Es
sumamente sospechoso que una misma especie de aves ciegas esté diseminada en
diversas cavernas de Sudamérica.
¿Será que todos aquellos laberintos intraterrestres no son cavernas aisladas y
guardan una conexión?
En las inmediaciones de la Cueva de los Tayos del Ecuador viven los Shuaras,
quienes en el pasado fueron conocidos con el nombre “Jíbaro” - denominación
despectiva para ellos - famosos en el pasado por su bravura y el arte de
reducir cabezas. Ellos son los primeros exploradores del sistema subterráneo,
ya que cada mes de abril bajaban a la cueva para hurtar los huevos e incluso
los polluelos de los Tayos, que son más grandes que una paloma.
Y en medio de esta faena, los indios cuentan que se toparon con una serie de
sorpresas. La más resaltante, fue sin duda, el hallazgo de gigantescas huellas
sobre bloques de piedra que, por sus ángulos rectos y simetría, sugieren un
origen artificial. Moricz recogió estos relatos en su visita al oriente
ecuatoriano, pudiendo comunicarse sin mayor dificultad con los nativos gracias
a su dominio del magiar.
Obviamente, Moricz sabía muy bien a qué blanco apuntar. Desde 1950 seguía
pacientemente la “pista” que lo podría llevar al reino subterráneo.
Algunas fuentes, incluso, lo vinculan con una extraña orden esotérica
húngaro-germana, hecho que podría explicar el profundo conocimiento esotérico
que esgrimía en sus controvertidas entrevistas a los medios de prensa. Sea como
fuere, Moricz estuvo en Perú, Bolivia y Argentina buscando estas entradas antes
de llegar al Ecuador. En más de una entrevista subrayó lugares como Cusco, el
Lago Titicaca y Tierra del Fuego, como los posibles lugares desde donde “se
puede descender al reino subterráneo”.
Según él, la Cueva de los Tayos es sólo una de las tantas entradas a este mundo
perdido, y lo más apabullante: que aun así, estaríamos hablando de un simple
“arañazo” al mundo real de estos seres intraterrestres, que yacen a
profundidades difíciles de alcanzar por el ser humano.
Pero la cosa no queda allí. Quizá una de las aseveraciones más inquietantes es
la existencia de esa presunta biblioteca metálica que menciona en su Acta de
descubrimiento. De existir, y siempre bajo el testimonio de Moricz, allí
encontraríamos registrada la historia de la humanidad en los últimos 250.000
años, una cifra que moviliza a cualquiera.
Un punto a tener en cuenta en relación a estas planchas, nos lleva en línea
recta a los extraños objetos que en su momento custodió el padre salesiano
Carlo Crespi, en el patio de la Iglesia María Auxiliadora de Cuenca. Los
objetos habían sido encontrados por nativos quienes, en acto de amabilidad y
gratitud, se los cedieron al padre Crespi para su custodia.
Muchos de estos preciados objetos - por no decir todos - posteriormente fueron
robados.
Si el padre Crespi aun estuviese con vida, quizá podríamos rastrear el origen
exacto de tan enigmáticas piezas que parecían ser muy antiguas, mostrando indiscutibles
ideogramas en relieve, una suerte de “código de información” o “escritura”.
Teniendo en cuenta que estos objetos - muchos de ellos consistían en planchas
metálicas, como si fuesen de oro y mostrando complejos símbolos - se hallaron
en el Ecuador, no era descabellado darle al menos el beneficio de la duda a la
biblioteca metálica descubierta por Moricz en la Cueva de los Tayos.
Todo esto no tardaría en atraer la atención de los cazadores de lo misterioso.
ERICK VON DÄNIKEN Y NEIL ARMSTRONG
Y la cosa se puso color de hormiga. Primero apareció en escena el famoso
escritor suizo Erick Von Däniken, quien supo cautivar a Moricz para que le
diese material fotográfico y la versión oculta de su hallazgo, hecho que fue
espectacularmente explotado en el libro “El Oro de los Dioses” (1974), donde
Däniken no sólo se limitó a fantasear con la versión original de la historia,
sino que, por si fuera poco, sostuvo haber ingresado él mismo a la Cueva de los
Tayos - en sus sueños - y haber visto con sus propios ojos la biblioteca
metálica.
El libro fue un bestseller mundial, vendiendo 5 millones de copias y traducido
a 25 idiomas. Ni un peso para Moricz.
El libro cautivó de manera particular al lector europeo - Däniken incluyó
fotografías del Archivo Moricz-Peña Matheus que mostraban el interior de las
cuevas, e imágenes de la planchas metálicas del Padre Crespi - y fue así como
el ingeniero escocés Stanley Hall contacta con Moricz para proponerle una
expedición internacional a la Cueva de los Tayos.
Moricz aceptó siempre y cuando él fuese el Jefe de la Expedición y que ningún
objeto hallado en el mundo subterráneo podría ser retirado.
Como era de esperarse, Hall no aceptó la propuesta. Inmediatamente desechó la
presencia de Moricz en la Expedición y se comunicó con el Gobierno de
Inglaterra. Resultado: En julio de 1976 se llevaría a cabo una expedición
Ecuatoriano-Británica, con un intimidante personal militar y científico y, para
añadir la cereza a la torta, la presencia del astronauta norteamericano Neil
Armstrong (¿?).
Desde luego, esta no sería la primera incursión del astronauta en un lugar
donde “las papas queman”. Recordemos tan sólo sus presuntas visitas a Paysandú,
Uruguay, debido a la intensa actividad OVNI en la Estancia de la Aurora -
popularizada por el escritor brasilero Trigueirinho.
El mismísimo dueño de la estancia donde ocurrieron los hechos, Angel Tonna -
con quien tuve la oportunidad de compartir en su casa de Paysandú en 1999 -
recordaba las visitas de Armstrong quien, además, le confió en su propia
estancia de Uruguay que la misión Apolo XI de 1969, enfrentó un supuesto
encuentro cercano del tercer tipo en la Luna.
“Armstrong dentro de la Cueva de los Tayos"
Este tema saltó en los medios de comunicación de Uruguay, ya que dos
investigadores consultaron a EE.UU. si realmente Armstrong había visitado el
país después de haber estado en la Luna. La respuesta fue negativa. Y por
consiguiente no hay nada que avale el testimonio de Tonna, quien falleció hace
unos años en su estancia de Paysandú. Una pena, pues de estar vivo hubiese sido
interesante constatar de qué pruebas disponía para sostener su afirmación.
Sea como sea, de la visita de Armstrong en Ecuador no se puede dudar, pues hay
documentos, fotografías, y hasta una declaración a medios de prensa, aunque
siempre bajo la fachada de “expedición científica”.
Las investigaciones de esta controvertida expedición se desarrollaron por 35
días, instalando un generador de electricidad en el campamento base, a escasos
metros de la boca misma de la Cueva, descendiendo a diario a las profundidades
para desarrollar sus “investigaciones geológicas y biológicas”. Según el
informe final, la comisión de estudiosos concluyó que la Cueva de los Tayos no
tenía origen artificial, y que no existían indicios de trabajo humano. Todo lo
había hecho la naturaleza...
Aparentemente, la misión era enterrar el misterio de la Cueva.
No obstante, para varios investigadores la conclusión del informe resultó
desconcertante teniendo en cuenta los claros dinteles y bloques de piedra que
se pueden encontrar en el sistema intraterreno, muy similares a los que halló,
paradójicamente, el mismísimo equipo de arqueólogos de la expedición a mitad de
camino entre el campamento base y la unión del río Coangos con el Santiago,
antes de descender a la Cueva.
Los arqueólogos hallaron un muro megalítico de aproximadamente 4,50 metros de
largo por 2,5 metros de alto, tal como los que se pueden ver en la galerías
subterráneas.
¿Y qué se dice ante esto?
A fin de cuentas, el informe de la expedición echó por tierra el verdadero
secreto que yace en la Cueva de los Tayos, mientras a mitad de todo el jaleo,
se llevaban cuatro cajas selladas de madera que no permitieron abrir a los
shuaras, quienes se sintieron engañados y estafados. Hoy en día recuerdan
claramente aquel triste episodio.
Los nativos piensan que se llevaron “algo” de las cuevas...
Y para añadir la cuota curiosa al asunto, cuando Neil Amstrong salió del
sistema de túneles -donde permaneció tres días- declaró a los medios de prensa
que su visita al mundo subterráneo había superado su vivencia en la Luna (!).
¿QUE SE BUSCABA?
Aunque el tufillo del robo británico es inundante, dudamos que se hayan llevado
las presuntas planchas metálicas. Los guardianes de ese mundo intraterreno no
hubiesen permitido que ninguna expedición, por más apertrechada que fuese - la
expedición Británica costó dos millones de dólares, el doble de inversión
frente a la investigación internacional que se realizó en el 2002/2003 en las
selvas de Manú para hallar Paititi - ponga los dedos sucios encima de lo
sagrado.
A estos recodos del camino, y a la luz de nuestra experiencia de contacto, la
biblioteca metálica hallada por Moricz en el mundo intraterrestre guarda
importantes patrones en común con lo que nosotros veníamos conociendo.
En 1976, en la primera página de la revista norteamericana Ancient Skies,
apareció un revelador artículo del filólogo hindú Dileep Kumar, quien
analizando los símbolos que se muestran en una de las piezas del padre Crespi -
una lámina aparentemente de oro, de unos 52 cms. de alto, 14 cms. de ancho y 4
cms. de grosor - concluyó que los ideogramas pertenecían a la clase de
escritura Brahmi, utilizada en el período Asokan de la historia de la India,
hace unos 2.300 años...
Cuatro años más tarde, el doctor Barry Fell - Profesor de Biología de la
Universidad de Harvard - identificaba 12 signos de la lámina en cuestión con
los propios signos empleados en el Zodíaco. También debemos mencionar que en
nuestros grupos de contacto es bien conocido que muchos de estos ideogramas son
similares a los signos empleados para leer y cantar música gregoriana.
Ello nos llevó a pensar en aquel entonces que estos registros no habían sido
hechos para ser leídos, sino para ser “cantados”, quizá con el mismo efecto de
un mantram de poder.
Otro detalle extraño en relación a la Cueva de los Tayos fue su millonaria
financiación. ¿Quién puso la pasta?
De acuerdo al espeleólogo argentino Julio Goyen Aguado - presente en las
primeras expediciones a la Cueva de los Tayos, incluyendo la incursión
ecuatoriano-británica -la expedición de 1976 fue financiada por la Iglesia
Mormona, ya que las planchas metálicas que citaba Moricz recordaban las propias
planchas de oro que recibiera el profeta Joseph Smith de manos del ángel
Moroni.
Teniendo en cuenta que leyendas mormonas apuntan a que los citados registros
estarían ocultos actualmente en algún lugar de la cordillera de los Andes, es
curioso notar que la zona donde se ubica la Cueva de los Tayos se denomina
“Morona”, similar al nombre del “enviado” que contactara a Smith.
Sea como sea, Aguayo - ya fallecido - sospechaba que Stanley Hall pertenecía a
los Servicios Secretos del Reino Unido, además de formar parte de la masonería
inglesa, sumamente interesada en encontrar la biblioteca metálica. Neil
Armstrong, y recordemos bien esto, también era masón.
El tema de la biblioteca metálica ha atraído a muchos buscadores, despistando a
quienes se embarcaban en esta odisea del verdadero secreto del mundo
subterráneo.
De cualquier forma se ha analizado cuidadosamente una de las tablas metálicas
que fueron conservadas en la iglesia de Crespi. En el año 1976 se dieron a
conocer sus dimensiones; eran unos cincuenta y dos centímetros de largo, por
unos catorce centímetros de anchura y casi cuatro centímetros de espesor, hecha
de oro.
Se dijo que la escritura tenía una enorme similitud con caracteres de la India
empleados hace más de dos mil trescientos años, denominada “Brahmi”. Para el
año 1980, un reconocido profesor de Ciencias Biológicas en Estados Unidos,
Barry Fell, logró identificar ciertos símbolos en la placa. Hablamos de doce
símbolos, y se afirmó que serían los mismos que existen formando parte del
zodíaco.
Una información que se contrapone a todo lo anterior; aún cuando en su camino
se cruzaron con una pared megalítica de dos metros y medio de altura y cuatro
metros y medio de largo. Suena como una mentira, un invento, como si hubiesen
querido tratar de encubrir algo.
Julio Goyen Aguado, un estudioso de las cavernas nacido en la República Argentina
fue partícipe de la expedición en los primeros días.
Él aseguraba fervientemente que toda la investigación la mandó a hacer los
líderes mormones y que la pagaron ellos mismos. ¿Por qué?
Porque las placas de metal que nombraba Moricz tendrían cierta relación con las
que en la creencia de los mormones, el ángel Moroni le entregaba a Joseph
Smith, el profeta; y casualmente también eran de oro.
Si nos ponemos a investigar, nos toparemos con que basándonos en el análisis de
varias historias de los mormones, esos testimonios del pasado yacerían
escondidos en la cordillera de los Andes.
Y para colmo de todo esto, los alrededores de donde se ubica la cueva se llaman
Morona, ¿se ve la similitud con el nombre del ángel anteriormente nombrado? De
cualquier forma el argentino sospechó todo el tiempo que estuvo vivo que el
señor Hall era parte de una organización secreta del gobierno británico; una
asociación de personas agrupadas en logias con un interés voraz por hallar las
placas de metal. El señor Armstrong pertenecía a la misma masonería.
Pese a esto, aunque vemos que la mayoría se interesaba en las planchas de
metal, no es esta la razón que motivó las búsquedas en un primer momento sino
que lo que se buscaba eran pistas sobre esas personas que existían debajo de la
tierra y que elaboraron y grabaron las placas.
Cuando todo estaba acabando, la conclusión a la que llegaron mató cualquier
tipo de hipótesis que se quisiera probar, y se llevaron consigo unos 4 cajones
de madera completamente cerrados y no les dejaron ver qué llevaban a los
indígenas de la región, que se vieron timados, tomados por tontos, embaucados y
despojados de vaya a saber cuántos años de historia.
Entre ellos aún se mantiene en sus memorias ese acontecimiento tan doloroso.
Creen que se sustrajeron muchísimas cosas de la caverna. Y hablando seriamente,
lo más probable es que así haya sido.
El astronauta Neil Armstrong estuvo 72 horas en la expedición, y cuando tuvo
que presentarse ante la prensa en un conferencia declaró lo asombrado que estaba,
y que esos tres días en la Cueva de los Tayos fueron mucho más fuertes que su
viaje a la Luna. Entonces, para superar a semejante viaje fuera de la
atmósfera, “algo” de gran peso tuvo que haber sucedido. Piénsenlo, es altamente
probable que estemos ante un enigma encubierto.
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