Enigmáticas
calaveras de cristal
Dicen que su origen es Maya, pero se trata de una hipótesis que
carece de pruebas suficientes para convertirse en certeza. Podrían venir del
pasado, si no fuera porque su perfección y la dificultad de su tallado se
corresponden más con un arte propio del futuro.
Plantean todos los enigmas posibles y el hombre, frente a ellas, no puede sino reconocer sus limitaciones y disfrutar de su salvaje y aterradora belleza.
Ha sido definida como uno de los más extraños objetos concebidos por el hombre, un puzzle irresoluble para los expertos, una de esas piezas definitivamente incómodas para quienes no han sabido explicar su origen, su técnica de construcción ni su propósito. Fue llamada “la calavera del destino”.
El objeto en cuestión es una calavera esculpida en cristal con la mandíbula articulada. Pesa 5,19 Kg. y por azar del destino llegó a manos de su propietaria, Anna Mitchell-Hedges.
Por supuesto, ella ofreció su propia versión de cómo y dónde fue encontrada, pero su explicación plantea aún más incógnitas y ha desatado no pocas controversias.
La propia Anna terminó confesando, respecto de las circunstancias del hallazgo, que algún día contaría todos los detalles, lo que no podía hacer de momento porque no estaba preparada para ello.
No es su única aseveración sorprendente. La propietaria de tan majestuosa pieza de arte -que durante décadas ha tenido siempre en casa, cediéndola sólo ocasionalmente con motivo de algunas exposiciones-, asegura además que sus ojos son en realidad prismas donde se refleja el futuro.
Anna Mitchell-Hedges siempre fue una mujer con suerte.
Adoptada por el gran aventurero inglés de principios de este siglo Mike Mitchell-Hedges -que le dio sus apellidos-, otra vez esa fuerza omnipresente en su vida, el destino, le buscó un padre excesivo con el que era difícil aburrirse, una especie de Indiana Jones a la inglesa que recorrió el mundo buscando obsesivamente la Atlántida, se embarcó en las más dispares expediciones para encontrar tesoros y ciudades perdidas y terminó luchando al lado de Pancho Villa.
Pero sería en 1927, estando Anna con su padre en las excavaciones mayas de Lubaantum, en las Honduras británicas, lugar que éste creía firmemente había sido asentamiento de la Atlántida, cuando -justo el día de su decimoséptimo cumpleaños- vio algo extraño en uno de los altares.
Se acercó entonces y comprobó que se trataba de la parte superior de una calavera enteramente esculpida en cristal de cuarzo; sin embargo, no estaba completa ya que la mandíbula inferior se había separado del resto, aunque se encontraba a poca distancia de allí y fue hallada pocos meses después.
Anna relata que los nativos mayas de la zona la reconocieron al instante como representación del dios de sus antepasados, con poder tanto para procurar la salud como para causar la muerte, y oraron ante ella.
Y añade que fueron los propios indígenas, agradecidos por las ayudas de su padre, quienes le regalaron la pieza cuando éste marchó, afirmación ésta, desde luego, muy poco creíble.
No les faltan razones, por tanto, a las muchas personas que no creyeron en la veracidad de este ambiguo relato. Así, hay quien afirma que tal vez su padre adquiriese la calavera en uno de sus viajes por México y la colocara allí como regalo de cumpleaños para su hija.
Porque, ¿cómo explicarse, si no, que una de las mayores joyas del mundo maya apareciera súbitamente en medio de las excavaciones?
La familia Mitchell-Hedges nunca quiso proporcionar más pistas sobre el descubrimiento. Resulta más que extraño que en su biografía, Danger My Ally, escrita en 1954, cinco años antes de su muerte, el aventurero apenas dedicara trece líneas a su hallazgo más importante. Pero en ese breve párrafo aporta sugerentes posibilidades.
Después de aclarar que tiene buenas razones para no revelar cómo llegó hasta él, Mike afirma que la calavera tiene 3.600 años y fue usada por el sumo sacerdote maya para sus rituales, asegurando que con ella se puede provocar la muerte a voluntad: "Es -diría- la encarnación de todos los demonios".
Pero, ¿cuál fue la tecnología que hace 3.600 años permitió esculpir una calavera de tamaño natural en una sola pieza articulada de cristal de cuarzo y con una perfección tan exquisita en su tallado y pulido? Mike Mitchell-Hedges tiene una respuesta, cuando menos sorprendente: afirma que la calavera fue hecha de pura roca cristalina en un proceso de construcción que, generación tras generación, abarcó 150 años.
Y dice que durante todos los días de muchas vidas los mayas rasparon la pieza cristalina original con arena hasta que emergió aquella forma perfecta. Tan singular párrafo, que contiene las escasas alusiones de Mike a la calavera, curiosamente no volvió a aparecer en ninguna de las reediciones posteriores de su libro. A su muerte, en 1959, la joya pasó a su hija.
Pero "la calavera del destino" no está sola. Otra misteriosa congénere suya llegó en 1898 al Museo Británico procedente de una subasta, en la que fue adquirida a Tiffanys por 120 dólares.
Tampoco de ésta se conoce su origen, aunque se supone que debió ser parte del botín ilegal de un mercenario del siglo XIX. Los cuidadores nocturnos del Museo no la acogieron con agrado y solicitaron que, por la noche, fuese cubierta por un paño negro. No les gustaban los reflejos que la luz provocaba en sus ojos cristalinos.
Calavera de cristal del Museo Británico.
Pocas esperanzas quedan por el momento de aclarar el enigma de si son antiguas o modernas.
Su manufactura, en especial la de "la calavera del destino", parece propia de unas manos pertenecientes a una época de grandes conocimientos tecnológicos, difícil de concebir hace casi 4.000 años.
De momento, carecemos tanto de técnicas fiables para datar el cristal como para afirmar que su nacionalidad fuera maya, ya que otras calaveras -más pequeñas- fueron hechas en los siglos XIV y XV en Italia y en varios lugares de Sudamérica.
Una de estas calaveras más pequeñas descansa hoy en el Museo del Hombre de París.
Los expertos franceses la han datado en el siglo XIV, aseguran que es azteca y que fue encontrada entre los ornamentos de un sacerdote. Arguyen además que los aztecas estaban obsesionados con la muerte y que el cristal era para ellos su material favorito, por su transparencia y propiedades mágicas.
Sobre cómo fue construida, afirman haber encontrado huellas de herramientas de cobre.
Sin embargo, en el laboratorio del Museo Británico no tuvieron tanta suerte en los análisis de su ejemplar, más grande que el francés, excepto que un diente mostraba una vaga señal de que había sido utilizado un poderoso cutter. Hasta la fecha, el Museo no ha podido pronunciarse sobre su antigüedad.
Entre sus vagas conclusiones, sostienen que mientras que la que ellos poseen presenta características del antiguo arte mexicano, la de Anna Mitchell-Hedges muestra un conocimiento anatómico propio de una época científicamente más avanzada. Por su parte, Anna ha insistido siempre en que su calavera es de origen maya.
El antropólogo Morant realizó un estudio comparativo de ambas calaveras -la de Anna Mitchell-Hedges y la del Museo Británico-, llegando a conclusiones osadas y no por todos compartidas. Morant dejó constancia de que ambas eran similares en mucho detalles anatómicos, si bien la diferencia más significativa radica en que la del Museo está hecha de una sola pieza, mientras "la calavera del destino" tiene la mandíbula inferior separada y presenta detalles más finos y un esculpido aún más perfecto.
El antropólogo llegó a afirmar que, por su forma, ambas habían sido modeladas sobre la calavera de una mujer, que eran representaciones de un mismo cráneo y que la una era copia de la otra, siendo la de Anna Mitchell-Hedges la primera.
Por supuesto, no todo el mundo opina lo mismo. Pero ni su misterioso origen ni la incógnita de si son antiguas o modernas han podido oscurecer su belleza.
"La calavera del destino", en especial, posee un magnetismo y un poder fuera de toda duda. Venga de donde venga, lleva el sello de las obras de arte imposibles de olvidar.
Hasta ahora se han descubierto varios cráneos en distintos lugares del mundo, pero sólo estas nueve parecen auténticas:
• SKULL OF DOOM. Descubierta en 1927 por Mitchell-Hedges en las ruinas mayas de Lubaantum, Belize.
• MAYA. Descubierta en Guatemala en 1912.
• LAZULI. Tallada en lapislázuli. Descubierta en 1995 al norte del Perú por indígenas incas.
• JESUITA. Se tiene noticias de ella desde 1534. San Igancio de Loyola, fundador de los Jesuitas, la tuvo en su poder.
• SHUI TING ER. Tallada en amazonita, descubierta hace 130 años por el arqueólogo chino Yeng Fo Huu en el suroeste de Mongolia.
• OCEANA. Esculpida en cuarzo. Pertenecia a un campesino Brasileño que vive en una región remota de la Amazonia. Se cree que fue descubierta por indígenas nómadas de esta región.
• ET. Descubierta en 1906 en Guatemala. Es de cuarzo ahumado. Se caracteriza por la forma puntiaguda del cráneo y mandíbula pronunciada. Tiene cierto aire no humano.
• MAX. La mayor calavera de cristal conocida.
• BABY LUV. De cuarzo rosa, descubierta en 1700 por un monje del monasterio de Luov (Ucrania). La conservaban desde hacia cientos de años.
Plantean todos los enigmas posibles y el hombre, frente a ellas, no puede sino reconocer sus limitaciones y disfrutar de su salvaje y aterradora belleza.
Ha sido definida como uno de los más extraños objetos concebidos por el hombre, un puzzle irresoluble para los expertos, una de esas piezas definitivamente incómodas para quienes no han sabido explicar su origen, su técnica de construcción ni su propósito. Fue llamada “la calavera del destino”.
El objeto en cuestión es una calavera esculpida en cristal con la mandíbula articulada. Pesa 5,19 Kg. y por azar del destino llegó a manos de su propietaria, Anna Mitchell-Hedges.
Por supuesto, ella ofreció su propia versión de cómo y dónde fue encontrada, pero su explicación plantea aún más incógnitas y ha desatado no pocas controversias.
La propia Anna terminó confesando, respecto de las circunstancias del hallazgo, que algún día contaría todos los detalles, lo que no podía hacer de momento porque no estaba preparada para ello.
No es su única aseveración sorprendente. La propietaria de tan majestuosa pieza de arte -que durante décadas ha tenido siempre en casa, cediéndola sólo ocasionalmente con motivo de algunas exposiciones-, asegura además que sus ojos son en realidad prismas donde se refleja el futuro.
Anna Mitchell-Hedges siempre fue una mujer con suerte.
Adoptada por el gran aventurero inglés de principios de este siglo Mike Mitchell-Hedges -que le dio sus apellidos-, otra vez esa fuerza omnipresente en su vida, el destino, le buscó un padre excesivo con el que era difícil aburrirse, una especie de Indiana Jones a la inglesa que recorrió el mundo buscando obsesivamente la Atlántida, se embarcó en las más dispares expediciones para encontrar tesoros y ciudades perdidas y terminó luchando al lado de Pancho Villa.
Pero sería en 1927, estando Anna con su padre en las excavaciones mayas de Lubaantum, en las Honduras británicas, lugar que éste creía firmemente había sido asentamiento de la Atlántida, cuando -justo el día de su decimoséptimo cumpleaños- vio algo extraño en uno de los altares.
Se acercó entonces y comprobó que se trataba de la parte superior de una calavera enteramente esculpida en cristal de cuarzo; sin embargo, no estaba completa ya que la mandíbula inferior se había separado del resto, aunque se encontraba a poca distancia de allí y fue hallada pocos meses después.
Anna relata que los nativos mayas de la zona la reconocieron al instante como representación del dios de sus antepasados, con poder tanto para procurar la salud como para causar la muerte, y oraron ante ella.
Y añade que fueron los propios indígenas, agradecidos por las ayudas de su padre, quienes le regalaron la pieza cuando éste marchó, afirmación ésta, desde luego, muy poco creíble.
No les faltan razones, por tanto, a las muchas personas que no creyeron en la veracidad de este ambiguo relato. Así, hay quien afirma que tal vez su padre adquiriese la calavera en uno de sus viajes por México y la colocara allí como regalo de cumpleaños para su hija.
Porque, ¿cómo explicarse, si no, que una de las mayores joyas del mundo maya apareciera súbitamente en medio de las excavaciones?
La familia Mitchell-Hedges nunca quiso proporcionar más pistas sobre el descubrimiento. Resulta más que extraño que en su biografía, Danger My Ally, escrita en 1954, cinco años antes de su muerte, el aventurero apenas dedicara trece líneas a su hallazgo más importante. Pero en ese breve párrafo aporta sugerentes posibilidades.
Después de aclarar que tiene buenas razones para no revelar cómo llegó hasta él, Mike afirma que la calavera tiene 3.600 años y fue usada por el sumo sacerdote maya para sus rituales, asegurando que con ella se puede provocar la muerte a voluntad: "Es -diría- la encarnación de todos los demonios".
Pero, ¿cuál fue la tecnología que hace 3.600 años permitió esculpir una calavera de tamaño natural en una sola pieza articulada de cristal de cuarzo y con una perfección tan exquisita en su tallado y pulido? Mike Mitchell-Hedges tiene una respuesta, cuando menos sorprendente: afirma que la calavera fue hecha de pura roca cristalina en un proceso de construcción que, generación tras generación, abarcó 150 años.
Y dice que durante todos los días de muchas vidas los mayas rasparon la pieza cristalina original con arena hasta que emergió aquella forma perfecta. Tan singular párrafo, que contiene las escasas alusiones de Mike a la calavera, curiosamente no volvió a aparecer en ninguna de las reediciones posteriores de su libro. A su muerte, en 1959, la joya pasó a su hija.
Pero "la calavera del destino" no está sola. Otra misteriosa congénere suya llegó en 1898 al Museo Británico procedente de una subasta, en la que fue adquirida a Tiffanys por 120 dólares.
Tampoco de ésta se conoce su origen, aunque se supone que debió ser parte del botín ilegal de un mercenario del siglo XIX. Los cuidadores nocturnos del Museo no la acogieron con agrado y solicitaron que, por la noche, fuese cubierta por un paño negro. No les gustaban los reflejos que la luz provocaba en sus ojos cristalinos.
Calavera de cristal del Museo Británico.
Pocas esperanzas quedan por el momento de aclarar el enigma de si son antiguas o modernas.
Su manufactura, en especial la de "la calavera del destino", parece propia de unas manos pertenecientes a una época de grandes conocimientos tecnológicos, difícil de concebir hace casi 4.000 años.
De momento, carecemos tanto de técnicas fiables para datar el cristal como para afirmar que su nacionalidad fuera maya, ya que otras calaveras -más pequeñas- fueron hechas en los siglos XIV y XV en Italia y en varios lugares de Sudamérica.
Una de estas calaveras más pequeñas descansa hoy en el Museo del Hombre de París.
Los expertos franceses la han datado en el siglo XIV, aseguran que es azteca y que fue encontrada entre los ornamentos de un sacerdote. Arguyen además que los aztecas estaban obsesionados con la muerte y que el cristal era para ellos su material favorito, por su transparencia y propiedades mágicas.
Sobre cómo fue construida, afirman haber encontrado huellas de herramientas de cobre.
Sin embargo, en el laboratorio del Museo Británico no tuvieron tanta suerte en los análisis de su ejemplar, más grande que el francés, excepto que un diente mostraba una vaga señal de que había sido utilizado un poderoso cutter. Hasta la fecha, el Museo no ha podido pronunciarse sobre su antigüedad.
Entre sus vagas conclusiones, sostienen que mientras que la que ellos poseen presenta características del antiguo arte mexicano, la de Anna Mitchell-Hedges muestra un conocimiento anatómico propio de una época científicamente más avanzada. Por su parte, Anna ha insistido siempre en que su calavera es de origen maya.
El antropólogo Morant realizó un estudio comparativo de ambas calaveras -la de Anna Mitchell-Hedges y la del Museo Británico-, llegando a conclusiones osadas y no por todos compartidas. Morant dejó constancia de que ambas eran similares en mucho detalles anatómicos, si bien la diferencia más significativa radica en que la del Museo está hecha de una sola pieza, mientras "la calavera del destino" tiene la mandíbula inferior separada y presenta detalles más finos y un esculpido aún más perfecto.
El antropólogo llegó a afirmar que, por su forma, ambas habían sido modeladas sobre la calavera de una mujer, que eran representaciones de un mismo cráneo y que la una era copia de la otra, siendo la de Anna Mitchell-Hedges la primera.
Por supuesto, no todo el mundo opina lo mismo. Pero ni su misterioso origen ni la incógnita de si son antiguas o modernas han podido oscurecer su belleza.
"La calavera del destino", en especial, posee un magnetismo y un poder fuera de toda duda. Venga de donde venga, lleva el sello de las obras de arte imposibles de olvidar.
Hasta ahora se han descubierto varios cráneos en distintos lugares del mundo, pero sólo estas nueve parecen auténticas:
• SKULL OF DOOM. Descubierta en 1927 por Mitchell-Hedges en las ruinas mayas de Lubaantum, Belize.
• MAYA. Descubierta en Guatemala en 1912.
• LAZULI. Tallada en lapislázuli. Descubierta en 1995 al norte del Perú por indígenas incas.
• JESUITA. Se tiene noticias de ella desde 1534. San Igancio de Loyola, fundador de los Jesuitas, la tuvo en su poder.
• SHUI TING ER. Tallada en amazonita, descubierta hace 130 años por el arqueólogo chino Yeng Fo Huu en el suroeste de Mongolia.
• OCEANA. Esculpida en cuarzo. Pertenecia a un campesino Brasileño que vive en una región remota de la Amazonia. Se cree que fue descubierta por indígenas nómadas de esta región.
• ET. Descubierta en 1906 en Guatemala. Es de cuarzo ahumado. Se caracteriza por la forma puntiaguda del cráneo y mandíbula pronunciada. Tiene cierto aire no humano.
• MAX. La mayor calavera de cristal conocida.
• BABY LUV. De cuarzo rosa, descubierta en 1700 por un monje del monasterio de Luov (Ucrania). La conservaban desde hacia cientos de años.
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